Al lado de Irene me encuentro estupendamente.
Claro que el que me vea tal como soy tiene su importancia porque no es lo habitual.
Cuando ella me mira mi cuerpo no se deforma siendo los contornos ficticios que crean la mayoría del resto de mis congéneres.
Por eso es tan agradable.
Me la encontré un día hace ya mucho tiempo en una clase de baile y su mirada me llamó la atención poderosamente.
¡Cómo no! si me traspasaba con facilidad, atenta, observando quién era yo como si nunca me hubiera visto.
Y eso era, por cierto, lo que ocurría.
Yo tampoco la había visto en mi vida y como ella no parecía molestarse por mi mirada continuamos un rato observándonos.
Y lo que vimos nos gustó.
No puedo hablar por ella a pesar del tiempo transcurrido y de lo mucho que la conozco y la quiero…
Pero, por mi parte, lo más mágico de aquel momento es que por un largo periodo de tiempo, es decir, un poco más que un cruce de mirada con alguien por la calle, mi cuerpo permaneció exactamente tal como era.
Nada en mi figura se alteró.
Ni engordé por momentos ni rejuvenecí ocho años de golpe.
¡No veas que sorpresa me llevé!
Acostumbrada como estaba a que con cada persona que me evaluaba con los ojos mi cuerpo tomaba la forma de lo que esa persona creía ver.
Y no recuperaba mi forma original hasta que yo misma, a veces con un gran esfuerzo, lograba imponer mi propia mirada interior a mi propio cuerpo devolviéndole mi forma original.
Como puedes imaginar resulta agotador.
Pero sobre todo frustrante ya que no puedo impedir que cada persona que me mira lo haga con su propia manera de ver las cosas y las personas.
Así que a lo largo de mí aún corta vida, he ido recogiendo todo un diccionario de tipologías visuales.
A saber, según el resultado final de mi transformación y lo largo y esforzado de mis antídotos visuales.
Para más antídotos:
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Besos y flores de Espino Rosa.
Sheila Minguito.
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