Hace muchos años cuando yo tenía unos 25 decidí sentarme a meditar.
Quería todos los beneficios que había leído y escuchado que hace la meditación:
- Quería tener salud física y mejorar mi estrés…
- Quería equilibrar mis emociones que me hacían sentir muy mal…
- Quería liberar mi mente y despertar mi espíritu hacia caminos inexplorados.
Así que una tarde me senté.
Un comienzo intenso
No tenía ningún instructor pero había leído algún libro y tenía la experiencia de las relajaciones en las clases de yoga que había practicado años antes.
Me sentía preparada y estaba muy, muy ilusionada. Pero no me imaginé en ningún momento lo que me iba a encontrar en esa sentada.
Cuando terminé no pude evitar contar rápidamente a un amigo lo que sentí: “¡Madre mía! ¡Vaya miedo que acabo de pasar!”
Le conté que durante la sentada apareció un miedo que hasta ese momento nunca había percibido: ¿y si lo que hay dentro de mí no me gusta?
¿Y si no me gusto? ¿Qué pasa con lo que hay ahí y yo no quiero ver?
Esa experiencia, esa primera vez, fue lo suficientemente intensa como para que no volviera intentarlo. Pero parece que lo hice bien. Pocas personas cuentan ese resultado en su primera vez meditando…
Entonces un año después la vida me trajo, evidentemente, lo que yo ya había pedido.
Un instructor de meditación aparece mi vida y entonces ahí sí que me lancé de nuevo.
Ya no era yo sola intentando ir por libre, sin ninguna experiencia ni mapa donde agarrarme, sino que tenía alguien a quien preguntar, alguien que me guiara y sobre todo que me calmara los miedos.
Aquel miedo tan terrible de “dios mío, ¿si no me gusto y yo soy así y no me puedo cambiar?”
Eso era una verdadera barrera. Era mi ego sin terminar de construir que estaba ahí luchando por mantener el estatus conseguido durante 25 años…
Así que gracias a la Vida que me ayudó trayéndome mis guías estuve los siguientes 20 años practicando meditación con regularidad.
Gracias a ese instructor y otros y otras a lo largo de tantos años pude practicar durante más de 5000 horas varias técnicas meditativas que hoy quiero empezar a compartir contigo.
Siempre me mereció la pena
Encontré que todo ese esfuerzo, lo que cuesta mantener la regularidad de la práctica, desarrollar la disciplina, siempre mereció y merece la pena.
El bienestar que sientes en cada sentada, los resultados que trae de inmediato y día a día ha compensado siempre:
la meditación me ayudó a trabajarme a mí misma y pulirme lo suficiente para ser la mejor terapeuta que puedo ser, porque la terapia que yo ejerzo necesita silencio mental.
Así como si tú te dedicas a pintar, a cuidar niños o a trabajar delante de un ordenador necesitas tus emociones equilibradas y tu mente despejada.
Es así, hagamos lo que hagamos, meditar nos permite hacerlo bien y disfrutarlo.
Las mejoras que logramos meditando son capitales para vivir mejor y te invito a que continúes conmigo y descubras la nueva tú que la meditación te ayudará a despertar, descubrir e iluminar.
Gracias por leerme y acompañarme.
Namasté.
Sheila Minguito.
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