Mi abuela no quería saber nada pero mi prima sí.
Enredando y disimulando conseguimos sustraer unas brazadas de yerba seca de la que habían traído de la vara de yerba para la vaca en la cuadra.
Y sin que nos viese salimos al borde del camino a hacer nuestra hoguera.
Mi abuela era mayor y cansada, no tenía ganas de fiesta como sí tenía mi prima que me tenía a mí, 8 años menor, como justificación para sus trastadas.
A pesar del miedo a la bronca la fascinación por el fuego era muy superior. Y ganó.
Era San Juan y mi primera hoguera prendida por mí.
Duró muy poco pero ¡qué maravilla el fuego!
Sí, nos cayó la bronca por quemar yerba para el ganado (¡¿cómo se nos ocurrió?! se quejaba mi abuela…) pero… ¡qué placer ver arder esa hoguerina!
De esto hace hoy tropecientos años, en una edad de inocencia donde la fuerza de la naturaleza llenaba mis venas de alegría solo por estar ahí, viviendo.
Conectando sin ser consciente de ello con miles y miles de vueltas al sol donde los seres humanos celebraron la Vida alzando sus fuegos para alargar la luz que ya comienza a menguar de nuevo.
Si hay algo que nos fascina es el fuego.
Y la fuerza de la luz.
Por eso, cuando miras al trasluz de una hojita de Hierba de San Juan verás cientos de aparentes agujeritos que dejan pasar la luz a su través.
Y cuando haces aceite de Hipérico, el rojo del fuego queda atrapado en el aceite.
Y cura.
¡Cómo no! Luz y fuego. Sangre y vida.
El Aceite Rojo de Hipérico
Hoy es San Juan y si tienes oportunidad porque conozcas perfectamente el hipérico, y si lo puedes recoger en un lugar limpio, lejos de contaminación, y si eres consciente del amor y del respeto al recoger una planta sagrada, entonces…
Te voy a dar la receta de mi padre para preparar el extraordinario Aceite Rojo de Corazoncillo:
- Coges unas sumidades floridas de Hipérico (desde la mitad aprox para arriba de la planta) y las picas con tijeras.
Tienes que recogerlas a última hora del día para que estén completamente secas y llenas de luz.
- Coges el mejor aceite de oliva que pilles, ecológico y de primera presión, pero a la vez que sea suave y poco ácido.
- Coges un frasco de boca ancha de cristal.
Llenas el tarro hasta 1 dedo del borde con el corazoncillo bien picado y echas poco a poco el aceite de oliva mojando bien la planta.
Llenas hasta el comienzo del cierre para que quede el menor espacio posible para el aire.
Tapas bien y agitas.
Agitas.
Agitas.
Y lo dejas en un sitio que le dé el sol y la luna durante 40 días y sus noches.
40.
Ni una más ni una menos.
¿Por qué 40? Hazlo y lo sabrás.
Y cada día vas, coges el frasco, lo alzas, lo miras al trasluz del sol, ves cómo va cogiendo color y pasando del verde de la oliva al rojo de hipérico y lo bates.
Lo bates bien, entre tus dos manos, con calma, musicando el frasco, escuchando el chuf chuf del batido, conectando desde tu corazón con ese pequeño corazoncillo que estás macerando.
Bátelo un rato, unos 5mn por ejemplo. Sin prisa. Tocando la música de lo lento, de la tierra, del sol y del amor.
Porque de ahí saldrá una cura.
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Porque mañana te contaré para qué, en el siguiente correo.
Mientras tanto, si hacer todo esto te resulta imposible, entonces tendrás que comprarlo.
Uno relativamente bueno es este.
Besos y que disfrutes de la fuerza de la luz.
Sheila Minguito.
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